lunes, 29 de abril de 2013

LOS ÚLTIMOS AÑOS EN LA VIDA DE PABLO

He recibido el programa oficial de uno de los eventos académicos de más altura de este año en el campo de los estudios neotestamentarios:

CONGRESO INTERNACIONAL: 
LOS ÚLTIMOS AÑOS DE LA VIDA DE PABLO

El elenco de ponentes internacionales es extraordinario, reuniendo a biblistas e historiadores de primera línea para analizar una figura y un periodo tan fundamentales en el origen del movimiento cristiano: John Barclay (Durham); N.T. Wright (St. Andrews); Loveday Alexander (Sheffield); Udo Schnelle (Halle); Jörg Frey (Zürich), entre otros.

Para más información: 
http://insaf.arquebisbattarragona.cat/ftp/218_20130306081749.pdf

Agradezco a mi compañero y amigo Salvador Villar por informarme inicialmente de este excelente congreso.

jueves, 25 de abril de 2013

AFRONTANDO EL SUFRIMIENTO


He leído (y traducido) esta reflexión en un blog y me ha hecho pensar y empatizar con su autor, así como con tantas víctimas de un sufrimiento que les desborda y que, con frecuencia, aconsejamos mal. A ver qué os parece.

Confrontando la mentira de que Dios no le dará más de lo que puede soportar

Las últimas tres semanas han sido las más difíciles que he vivido. Estas tres semanas han estado llenas de enfermedad; los terribles tres (los terribles dos son una absoluta mentira [el autor se refiere a la creencia popular de que los niños a los dos años de edad pasan a ser muy difíciles de manejar]); un amigo que sufre la consecuencia del pecado; un ministerio de vértigo del que soy parte en confusión y dolor; he tenido que cancelar un viaje para celebrar el 60 cumpleaños de mis padres; y nuestra familia experimenta la montaña rusa emocional de saber que mi mujer está embarazada y que el embarazo era ectópico y podría ser mortal para mi esposa si no se le pone fin.

Ni que decir tiene que ya he tenido suficiente.

Sé que no estoy solo. Por más que las últimas tres semanas han sido duras para mí, sé que algunas personas han tenido que afrontar mucho más y por mucho más tiempo. Pero eso no cambia el hecho de que esto ha sido doloroso para mí y mi esposa. A la vista de todo esto, honestamente puedo decir que no siento ninguna presión para ser el "pastor" y tener la respuesta para esto. Honestamente, ni siquiera como pastor tengo una respuesta para esto. Mis preguntas a Dios sobre la realidad de lo que mi familia ha experimentado en las últimas tres semanas son las mismas preguntas que cualquiera le haría.

   ¿Por qué?
   ¿Por qué no intervienes?
   ¿Por qué no haces algo?
   ¿Por qué no lo arreglas?
   ¿Por qué no pudiste apartar las nubes y darnos un respiro?
   ¿Por qué todo a la vez?
   ¿Por qué?

No sólo me siento bien haciendo esas preguntas, sino que creo que hay algo santo y sagrado en ser lo suficientemente valiente como para preguntarlo. No se deje engañar, esas preguntas son sólo para valientes. Es fácil recurrir a tópicos cristianos diseñadas para hacer que las personas se sienten mejor con la teología de pegatinas y panfletos. Pero axiomas insípidos sirven de poco ante el estado real de ruptura del mundo. Es más valiente hacer las preguntas difíciles a Dios y esperar a que responda, a encontrar esperanza junto a una taza de café. Esas preguntas requieren valor, ya que, al final, es muy probable que no sean contestadas.

En definitiva, no se trata de las preguntas. Detrás de las preguntas hay una profunda corriente de emoción que amenaza con superarnos. Pero muy a menudo, cuando la fractura del universo amenaza con tragarnos en nuestro dolor, no somos capaces de conseguir afrontar plenamente nuestras emociones. En estos momentos creo que hacemos una de dos cosas. O hacemos las preguntas, pero nunca investigamos qué emoción está impulsando esas preguntas, o se recurre a algún lema cristiano banal para tratar de hacernos sentir mejor.

Esta experiencia me obligó a pensar en una de esas frases que se suelen usar cuando alguien está pasando un mal momento: Dios no te va a dar más de lo que puedas soportar. Si me permite el atrevimiento, vamos a llamar las cosas por su nombre:

¡Chorradas!

Que se lo digan a un sobreviviente de Auschwitz.
Que se lo digan al hombre que perdió a su mujer y a su hijo en un accidente de coche.
Que se lo digan a la chica cuya inocencia le fue robada por la fuerza.
Que se lo digan a la persona aplastada bajo el peso de la depresión y la ansiedad.
Que se lo digan a los niños que acaban de saber que uno de sus padres tiene una enfermedad terminal.

Sentimientos anémicos, deficientes que no se sostendrán en un mundo que no es como debería ser.

Ahora que ya he dicho lo que siento, quiero respaldar esta discusión con alguna evidencia bíblica real. Esta declaración en particular, que "Dios no te dará más de lo que puedas soportar," ni siquiera está en la Biblia. Hay una declaración que suena parecida. 1 Corintios 10:13 dice: "No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar." Pero note que el versículo trata sobre la tentación. Eso es todo. Usted no va a ser tentado más de lo que puede hacer frente. Este texto no está diciendo que usted no experimentará más de lo que pueda soportar. Esa idea no es bíblica. Si hay algo cierto es todo lo contrario. Mire este texto:

Porque hermanos, no queremos que ignoréis acerca de nuestra tribulación que nos sobrevino en Asia; pues fuimos abrumados sobremanera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida. Pero tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos; (2 Corintios 1:8-9, énfasis del autor).

Posteriormente, Pablo escribe que cuando es débil la fuerza de Cristo se manifiesta. En otras palabras, cuando no podemos aguantarlo más. Cuando estamos hartos. Cuando ya es demasiado. Cuando no nos queda nada. Cuando estamos vacíos. Cuando estamos más allá de nuestra capacidad de afrontarlo. Entonces, en ese momento, se ve la fuerza del Dios de la resurrección. Hasta que no llegamos a ese punto, confiamos en nosotros mismos, pensando que podemos soportar y afrontar el problema.

No me oiga diciendo que me regocijo por el último par de semanas. No lo hago. Ni una sola vez he bailado alrededor de nuestra casa gritando, "¡Sí, sufrimiento!" En cambio, en medio del daño y del dolor, espero activamente que Dios haga algo. Yo no sé qué. No sé cuándo. Pero estoy esperando que el Dios de la resurrección nos sane. Estoy esperando que Dios nos restaure. Estoy esperando que él redima esta situación. Estoy esperando que él haga esto y voy a estar activamente buscando y esperando que haga algo. Creo que la espera expectante sólo puede ocurrir cuando cambiamos nuestros débiles tópicos en una fe auténtica que se agarra a Dios con todo el peso de nuestra emoción y dolor. Sólo entonces puede verse la salvación.

Pero ese cambio requiere coraje.

viernes, 12 de abril de 2013

EL JUICIO DE DIOS COMO ACTO DE GRACIA

"Pero, además, es también un acto de gracia el juicio con el que Dios impone su justicia. La teología y la Iglesia se han acostumbrado equivocadamente a contemplar el juicio y la gracia divinas como alternativas. Sin embargo, hemos de aprender que Dios se muestra también como el Dios clemente en el acto de juzgar, y precisamente en este acto. Sería un Dios no clemente, si dejara que la injusticia siguiera su curso. Dios no sería precisamente clemente, si no fuese el Juez. Porque, en tal caso, sería la historia del mundo la que tuviera la última palabra. Entonces los asesinos triunfarían al fin sobre sus víctimas. Por consiguiente, si hay una justicia de Dios, entonces esa justicia no puede pasar de largo por el juicio de Dios, sino que tiene que pasar a través de la gracia (de la clemencia) de la acción divina de juzgar.
Este aspecto es también de considerable importancia, porque conduce al centro del Evangelio de la justificación del pecador. En efecto, el Evangelio es -en su centro- la palabra de la cruz (1 Cor 1, 18). Y la cruz es un patíbulo. La cruz habla de muerte y de perecer. Si el Evangelio de la gracia de Dios se identifica con la palabra de la cruz, esto quiere decir que la justicia de Dios no transige llegando a compromisos con la injusticia de este mundo, sino que ha condenado esa injusticia en la persona de Jesucristo, destinándola a perecer. Precisamente por eso, la muerte de Jesucristo es la muerte del pecador. En Jesucristo, que -él mismo- no conoció pecado (2 Cor 5, 21), nosotros hemos sido crucificados juntamente con él (Gál 2, 19; Rom 6, 6) y hemos muerto juntamente con él (Rom 6, 8) -esta es una faceta de la afirmación neotestamentaria de que Cristo murió por nosotros (es decir, murió en lugar  nuestro) la muerte del pecador-. La justicia de Dios no pasa sencillamente por alto el pecado del mundo, sino que se impone sobre la injusticia, cuando en la muerte de Jesucristo la condena a perecer y la hace perecer. El crucificado sale garante de que la injusticia será eliminada del mundo. En la cruz se pronuncia el juicio sobre esta injusticia. Y esto ya es gracia.
Sin embargo -y ésta es la otra faceta de aquella afirmación del Nuevo Testamento- ese final negativo de la injusticia y de la culpa humana está orientado positivamente hacia un nuevo comienzo. En efecto, la justicia de Dios es la suma de una riqueza de relaciones, bien ordenada, que Dios no se reserva a sí mismo -como quien dice, en un arranque de egoísmo divino-, sino que comparte con su pueblo, al elegirlo como socio del pacto con Él. El concepto extrabíblico de la justicia tiene primariamente la tarea de garantizar la igualdad entre iguales. Por el contrario, la justicia de Dios se comparte a sí misma con quien es totalmente desigual. La justicia de Dios no es un atributo divino reservado para Dios, sino que es un atributo que Él comparte con otros: Dios es justo al hacer justos a otros.
La imagen contraria y negativa es lo que la Sagrada Escritura denomina pecado: a saber, el impulso a imponer los propios derechos a costa de otros y a ser, por tanto, el prójimo de uno mismo."

Eberhard Jüngel, El Evangelio de la Justificación del Impío (Salamanca: Sígueme, 2004), pp. 110-111