Estoy leyendo el último (?) libro
de Justo L. González, Breve historia de la preparación ministerial,
editado por CLIE (2013). Acabo de empezar, y espero hacer una reseña del mismo
en breve. Pero antes de adentrarme más en un libro que, a pesar de breve, me
parece muy pertinente e interesante, quisiera compartir algunas reflexiones
personales acerca del ministerio pastoral.
Es evidente que hablo desde una
perspectiva subjetiva pero no carente de criterio. El hecho de pertenecer a una
de las familias del protestantismo histórico español me da una cierta
perspectiva espacial y temporal. Mi ubicación profesional en un centro
histórico de formación teológica protestante en España, y mis más de 20 años de
experiencia pastoral (además de ser hijo de pastor) me permiten tener una perspectiva
suficientemente informada y amplia de situaciones que se están dando en el área
del ministerio pastoral. Eso, por no mencionar mi experiencia ministerial y
formativa fuera de España, que aumentaría los parámetros de análisis.
La perspectiva y percepción del
ministerio pastoral está cambiando en los últimos años. Soy parte de una
generación de pastores que ronda los cincuenta años (¡a mí aún me faltan unos
cuantos para llegar!), por lo que he conocido una forma de entender qué es ser
pastor y, a su vez, veo a mi alrededor esos cambios que rompen con la
perspectiva más tradicional. Al mirar a estos cambios, tan solo pretendo
reflexionar sobre aquellos valores en el ministerio pastoral que creo son atemporales,
por más que los tiempos cambien. A eso me quiero ceñir. Los aspectos
contextuales cambiantes y cambiables los dejo para mejor ocasión.
Una de las situaciones más
comunes que me encuentro en congregaciones que buscan pastor es la de
enfatizar la cercanía del posible nuevo pastor o pastora a la congregación; es
decir, para ponerlo muy claro y escueto, que visite. Todavía no he encontrado
un elemento que concite mayor coincidencia entre congregaciones dispares en
forma y fondo. Que el pastor sea alguien cercano, atento y pendiente de la vida
de las pe
rsonas que
forman de una manera u otra la congregación. Algunos rechazan el término porque
les suena a ‘católico-romano’, pero el tradicional concepto de cura de almas
creo que mantiene su validez (sin perdernos aquí en semánticas) y, para el
caso, nos sirve. Esa función tradicional de acompañar al individuo y la
congregación en el proceso de maduración espiritual, de consolación, de
sanidad, de liberación (en el sentido más amplio y no el neopentecostal que nos
acucia), de formación, de santificación, el consejo sabio, la palabra de
aliento, etc. La primera vez que, hace ya algunos años, oí a un compañero
salirse de esa concepción del pastorado fue cuando se definía a sí mismo como
‘pastor de oficina’. De ahí hasta ahora, mucho camino recorrido. Ahora muchos pastores
aspiran a equipararse o toman sus referentes en modelos gerenciales (de empresa).
Su tarea ya no requiere cercanía sino organización, cosa que no entiendo porqué
convierten en alternativas. Se puede ser cercano y bien organizado. El problema
radica en la percepción de la organización. La estructura organizativa no es
evangélica sino empresarial. Y también los objetivos. El pastor pierde
visibilidad hacia la congregación en favor de actividades ‘organizativas’.
Planificar, organizar, gestionar, reuniones, resultados, objetivos, evaluación,
etc., se convierten en el lenguaje pastoral actual de muchos, a costa de un
modelo de guía eclesial fundamentado en la cercanía, el ejemplo, y no tan solo
en organigramas eclesiales. Mucho de la imitatio Christi que provenía de
mirar al ejemplo de vida del pastor se pierde, porque al pastor se le ve poco.
Encarnar el reto de Pablo de ‘sed imitadores de mí, como yo de Cristo’ se
pierde por ‘incomparecencia’.
Otra idea denostada pero importante como pocas cosas,
me parece a mí, es la del sermón dominical como ‘alimento espiritual para la
semana’; esto ha perdido su función. Soy consciente de que no se mantiene una
vida espiritual de domingo a domingo, pero no se ha mejorado nada con púlpitos
que son tarimas de entretenimiento, donde la centralidad de la Palabra y la
exégesis y exposición fiel del texto (y contextualizada) se sustituyen con
multitud de experiencias y anécdotas, que entretienen al auditorio pero que les
deja tan vacíos como entraron. Qué lejos quedan esos sermones que envigorizaban
a la congregación y que les encauzaban para afrontar la semana. Los pastores ya
no predican con frecuencia, porque siempre hay un invitado interesante o porque
hay alguien que ‘también lo hace bien’ (¡qué duda cabe!), ya que están muy
ocupados en otros menesteres ‘más importantes’. Cuán grave error cometemos al
descuidar dos elementos fundamentales (que no únicos) en la proyección del
ministerio de un pastor sobre su iglesia: la cercanía personal y el púlpito. Se
me ocurren pocos casos de pastores que, cuidando el púlpito y apacentando a la
grey, hayan fracasado en sus ministerios.
Otro elemento de cambio en la percepción del
ministerio pastoral es la movilidad. Un pastor siempre tiene la maleta a medio
hacer, creíamos, aunque después el Señor le tenga toda una vida en una misma
congregación. Pero muchos hoy no están dispuestos a pagar el precio que el
llamamiento al ministerio pastoral requiere. Alguien me decía que ser pastor no
significa ir como un caracol ‘con la casa a cuestas’. Y eso es cierto, en
parte; porque sí lo requiere y debe ser asumido. Hoy, ya desde el proceso de
formación, aquellos que sienten el llamamiento pastoral alegan que no se les
puede pedir que abandonen sus ciudades de origen, ni sus trabajos, ni sus
comodidades (legítimamente obtenidas) para, por ejemplo, ir al seminario. Todo debe
girar a su alrededor; hay que llevarles la formación a la puerta de casa y solo
pueden pastorear su iglesia local. ‘Lo otro ya no se lleva’.
Dejo la reflexión aquí. Creo que son aspectos
suficientes (aunque no exhaustivos) para ver que se está produciendo un cambio
y, en estos casos, no creo que para mejor. El pastor como guía cercano de
individuos y congregación, frente a gerentes poco accesibles, con objetivos de
marketing empresarial y no según los criterios contraculturales del Reino de Dios;
el valor de la calidad y continuidad en el sermón dominical, frente a la
alternancia y entretenimiento; la entrega y renuncia vital por el llamamiento
ministerial, como un modelo de vida, entregada, discipular y ejemplar. Cercanía,
desde la Palabra y como modelo de vida, son aspectos irrenunciables de la
pastoral.
Cuando los pastores nos quejamos de lo devaluado que
está el ministerio pastoral, sin duda hay razón en la queja. Las iglesias y el
liderazgo denominacional han denostado, en muchos casos, la figura pastoral de
manera injusta. Pero en otras ocasiones, los propios pastores hemos contribuido
a ese descrédito. Si nada de lo que era característico de un pastor ya le es
propio, pues muchos otros lo pueden hacer, y ya no se quiere pagar el precio de
dejarlo todo para responder al más hermoso llamamiento que persona alguna pueda
recibir, entonces, ‘cualquiera puede ser pastor’, y por tanto, sobran los
pastores. El efecto péndulo de esta situación lo estamos viendo en el creciente
acercamiento de las iglesias a modelos pastorales muy autoritarios y
verticales, donde ‘el pastor es pastor’. Aquellos polvos trajeron estos lodos.