Cuatro años en Inglaterra no pasan sin dejar huella. En mi caso muy positiva, por muchas razones, que no voy a relatar ahora. Sirva para esta reflexión decir que fue un tiempo en el que, entre otras muchas cosas, pude conocer pastores, profesores y líderes denominacionales bautistas, de los que pude aprender mucho. Ahora mantengo el vínculo con ese amplio contexto bautista por medio de diferentes blogs, en los que sigo bebiendo en la experiencia y sabiduría de colegas británicos. Es un contacto virtual que merece la pena pues, quizás porque van por delante de nosotros los bautistas españoles en muchas cosas, uno aprende de sus reflexiones honestas y abiertas, más allá de la coincidencia o no con ellas. Pero esa honestidad y apertura es la que me llama la atención, pues no es algo que veo aquí, tan dados al 'todo va bien' y al ocultamiento de la realidad, que como decía un profesor mío no se puede, finalmente negar, pues 'las cosas son como son y no como nos gustaría que fuesen'. No hay nada oculto que no haya de salir a la luz...
En la actual coyuntura que está viviendo la Unión Bautista de Gran Bretaña, los bautistas ingleses, vamos, crean los espacios para que cualquiera pueda aportar en la continuada discusión y análisis de la situación, para intentar encontrar soluciones. No hay reproches ni lamentos victimistas. Hay una situación que no tiene sentido ocultar, y en la que todos son invitados a participar.
En este contexto de afrontamiento de situación, y ante la tentación o actuación de algunas iglesias locales de inhibirse del problema denominacional, me gustaría compartir una aportación de un pastor bautista inglés, Andy Goodliff, que quizás nos pueda servir a nosotros, 'si es que alguna vez nos sobreviviera crisis alguna, claro está':
DESAPRENDIENDO (EL MITO) DE LA INDEPENDENCIA BAUTISTA
Creo
que hay un pecado generalizado entre los bautistas que fomenta el
individualismo y la independencia. Se ha insertado profundamente en nuestra
teología y práctica cotidiana, en parte porque vivimos en una sociedad muy individualista. Hay, en concreto, dos citas de
Colin Gunton que se han fijado en my psique teológica, que creo que son útiles
para precisar este pecado bautista. La primera dice: ‘el individualismo es un credo
de desunión, porque enseña que yo no necesito a mi prójimo para ser yo mismo’.[1] El
individualismo fomenta la autosuficiencia, que cree que estamos completos en
nosotros mismos. Por ello, la versión popular de la eclesiología bautista cree
en la autosuficiencia de la iglesia local; la iglesia local está completa en sí
misma, cualquier relación con otras iglesias son un segundo nivel, son un extra
añadido, quizás importante, pero no necesario. De muchas maneras, las ayudas
del ministerio de Misiones Nacionales fomenta esta creencia. La meta es ser
autosuficiente, independiente de ayuda alguna – eso es éxito.
La
segunda cita de de Gunton dice: ‘[el Espíritu] nos libera al traernos a una
comunidad: al capacitarnos para estar con
y por el hermano y la hermana a
quienes no hemos elegido’.[2] La
acción salvífica del Espíritu nos salva del individualismo y afirma que nuestro
estar en relación con otros es lo que es estar en Cristo. Tan solo podemos ser plenamente
nosotros mismos, tan solo podemos ser totalmente aquello para lo que Dios creó la
humanidad, si somos personas en relación. Esto nos plantea una forma de ser iglesia
en la que se afirma que no hay otra forma de ser iglesia salvo en relación con
otros. La iglesia local aislada e independiente no tiene justificación
teológica. Gunton también reclama que la comunidad a la que pertenecemos en
este momento no es la que necesariamente habríamos elegido, sino que nos
encontramos ubicados en una red de
relaciones con otras iglesias, ¡que en muchas ocasiones nos lleva a poner a
prueba la afirmación de que el evangelio reconcilia!
Un
pecado del que todavía se habla es un pecado que no es fácil dejar atrás, pero
reconocerlo significa que reconocemos que el evangelio nos convoca a estar en
relación, en la cual descubrimos que no hay lugar para la iglesia local
aislada. El evangelio nos hace libres, pero no a una libertad de los otros sino a una libertad para Cristo y su iglesia (Rom. 6.18, 22).
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