VIDAS COHERENTES
Vivimos con asombro
las noticias que a diario nos llegan acerca de personas que no cumplen con la
función que se les encomienda o, aún peor, se sirve de su posición para toda
serie de abusos y tropelías. Los políticos son el paradigma perfecto de este
tipo de personas, pues representan en la percepción popular el abuso de poder,
la corrupción, la deshonestidad, el servirse a sí mismo a costa de los demás.
Hace unos días, en la graduación de nuestra Facultad de Teología, me
correspondía introducir el homenaje que ofrecíamos al, hasta ahora, subdirector
general de Relaciones con la Confesiones, y casi tenía que dar explicaciones
por ofrecer un reconocimiento a un político honrado e íntegro. Hoy los
políticos gobiernan sin tener en cuenta los intereses del pueblo que les
eligió, y por ello reciben en las encuestas de valoración social los peores
resultados.
Desgraciadamente,
en el ámbito religioso no andamos mucho mejor. Son demasiadas las noticias de
obispos veraneando con amigas de infancia o de sistemáticos y continuados
abusos a menores en instituciones religiosas en todo el mundo. La riqueza y
privilegios de la iglesia romana en España son escandalosos, y por todo ello no
nos debe sorprender la desazón y escepticismo que provoca en muchos el hecho
religioso.
Pensar en estas
situaciones me llevan a diferentes reflexiones. Una de ellas es la de no
analizar esas situaciones con desapego. No hablamos de políticos o religiosos
corruptos, como si se tratara de un lastre inevitable de nuestra sociedad. Se
trata de víctimas inocentes, de personas indefensas que sufren sus abusos. Y
ante eso no podemos ser neutrales o equidistantes. Santiago nos recuerda cómo
el Señor eligió a los pobres de este mundo, frente a los ricos que los
explotaban (Sant 2.5-6). ¿Por qué? Porque no hay neutralidad ante la
injusticia, y porque quienes sufren esos abusos son personas que no merecen un
trato así ¿Cómo te sentirías se la víctima fueras tú? Necesitamos poner rostro
al sufrimiento, para hacerlo real, para hacerlo nuestro.
Otra cuestión que
me planteo es, ¿y yo qué? ¿Y mi iglesia qué? Me parece fundamental la
autocrítica, pensar si yo sería diferente, mejor, en la posición de ese
político o líder religioso, o si en mi propia realidad, repito acciones
similares de abuso de posición, maltrato y menosprecio a los que están a mi
alrededor. El Señor Jesús nos enseñó a mirar primera la viga en nuestro ojo y
después la paja en el ojo del otro (Mat 7.3). Con esto no estoy en manera
alguna justificando o dando comprensión a ninguna de las situaciones reflejadas
en las líneas superiores. A veces nos equivocamos al aplicar a tales abusadores
aquello de que quien esté libre de pecado tire la primera piedra. No hay justificación
para la maldad.
El Señor Jesús nos
enseñó a ser mejores que ellos, porque si no nuestras vidas serán tan
reprobables como las suyas (Mat 5.20). No nos salva una religiosidad dominical,
pues Jesús nos recuerda que no debemos ser como aquellos de los que se puede
imitar lo que dicen, pero no lo que hacen. El llamamiento de Dios a mi vida, a
la tuya, a la de la iglesia, es a vivir con coherencia la fe. A encarnar los
valores de amor, justicia, paz, caridad, honradez, vida sencilla, integridad a
la que nos llama el Evangelio, en nuestro hablar y en nuestro proceder. Vivir
pudiendo mirar a Dios y al prójimo a los ojos, sin tener que esconder
avergonzados la mirada. Es un reto tremendo, que solo podemos hacer con la
ayuda de Dios, y con la convicción firme de que solo así hay esperanza para la
sociedad. La iglesia, los que la formamos, debemos ser un modelo al que otros
puedan mirar. Seamos, pues, coherentes con nuestra fe y ofrezcamos la
alternativa de vida que Jesucristo representa para todos.
(Boletín de la Iglesia Bautista del Bario del Pilar, domingo 1 de julio, 2012)
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