Esta mañana, durante mi tiempo de
meditación privada, leía el libro de Ester (el único libro veterotestamentario
del que, por cierto, no hay copia entre los manuscritos de la comunidad
monástica de Qumrán) y, una vez más, me encontré con uno de mis personajes
favoritos. No, no me refiero a la propia Ester. Tampoco aludo a Mardoqueo, su
primo, que la crió como a su propia hija al quedar ésta huérfana. Uno de mis
personajes favoritos en ese libro bíblico es una mujer a la que solemos prestar
poca atención. La reina Ester es, sin duda, la protagonista principal y heroína
del libro que lleva su nombre. Su valor y determinación sirvieron para librar a
su pueblo, los judíos en el exilio persa, de los planes de exterminio de Amán, figura
poderosa en la corte del rey Asuero (¿Jerjes I?). De la gesta de Ester queda
como memorial la celebración de la fiesta de Purim. Pero, sin embargo, siempre he
sentido admiración especial por la figura de Vasti, la reina y esposa del rey
Asuero, cuya valentía y dignidad le supusieron perder su regia posición.
Nunca he sido seguidor de los
grandes héroes mediáticos. Siempre me he sentido admirador de esas personas más
o menos anónimas para el gran público, cuyos gestos puntuales afectan positivamente
la vida de su prójimo. Eso me recuerda un dato presentado en una de las charlas
de Patrick Cabanel[1]
durante una de sus ponencias en las Jornadas sobre el Holocausto
organizada y celebrada la semana pasada por mi Facultad Protestante de Teología
UEBE. Ese dato, refiere a aquellos Justos entre las Naciones[2]
que tras ser entrevistados no pensaban de sí mismos como héroes. Para ellos,
los héroes eran aquellos que empuñaron las armas para defender a su país. No
entendían su acción no violenta de salvar vidas de judíos que huían del exterminio
nazi como una acción heroica, a pesar del gran riesgo personal que para ellos
mismos suponía su valiente acción. Desde esta óptica es que Vasti se convierte
para mí en uno de esos héroes anónimos (entiéndase, casi sin nombre en la
memoria colectiva) cuya actuación es digna de recordar por cada generación.
Nos narra el texto bíblico que el
rey Asuero, alegre del vino, quiso exhibir la belleza de su esposa Vasti
ante los no menos alegres y distinguidos comensales. Tras ciento ochenta días
de celebración y ostentación de su riqueza, Asuero decide mostrar a la reina
Vasti como uno más de sus preciados trofeos. Nada extraño en la época. Sin
embargo, y contra todo lo esperable en aquel tiempo, Vasti se niega a obedecer
la orden, lo cual provocó la ira del rey y la decisión de apartarla para
siempre del rey y despojarla de su posición real. El argumento de los
consejeros del rey fue que no se debía permitir dicho desacato a la orden regia,
además de que la acción de Vasti podría ser imitada por el resto de las mujeres
y provocar una sublevación ante el impuesto sometimiento a sus maridos.
El proceso de selección de
sustituta para Vasti es también notorio en el texto. Se convocó a jóvenes vírgenes
cuya apariencia fuera del agrado del rey. El grupo de las elegidas pasaba a
formar parte del harem real, y según el turno o voluntad del rey, llegaban por
la tarde a la casa del rey, y a la mañana siguiente regresaban al harem. Ester
ganó el favor del rey en este proceso, y se convirtió en la nueva esposa y
reina.
Frecuentemente, el gesto de Vasti
pasa inadvertido por varias razones. Una, el patrón patriarcal por el cual
continuamos leyendo las Sagradas Escrituras, observando como normal lo que no
debe serlo . Otra, porque la acción valiente y decidida de Ester (‘y si perezco
[db;a'], que perezca’, 4.16) en favor de su
pueblo, eclipsa cualquier otra gesta descrita en el texto. Ester demuestra que
es más que una mujer hermosa. Sin embargo, el pequeño espacio en que Vasti
centra la atención del texto, antes de ser apartada como consecuencia de su
acción, deja un ejemplo digno de ser resaltado y recordado como un modelo a
imitar en el tiempo presente.
Todavía hoy la mujer sufre la
vejación de su natural dignidad humana con impuestas funciones de objeto para
una sociedad machista. Todavía hoy, la mujer sigue siendo comercializada como mercancía
en clubs, turismo sexual, a mano de mafias. Todavía hoy la mujer vive
relaciones de sometimiento unilateral al marido, donde las relaciones son de
poder, y no de mutuo amor y respeto. Todavía hoy, en los contextos religiosos,
incluidos los cristianos evangélicos, la mujer sigue siendo ‘un buen
complemento’, y no una persona cuya imagen y semejanza divina la hace tan apta
o inapta como cualquier hombre (‘siervos inútiles somos’, según palabras del propio Jesús) para
recibir lo que es una gracia inmerecida, en cualquier caso, incluso en los hombres.
Vasti tuvo el valor de reclamar
su propia dignidad en un tiempo donde solo la idea supone un anacronismo. Vasti
demostró el poder de la iniciativa y el ejemplo individual. Vasti demuestra la entelequia
de los argumentos (incluso religiosos) en favor del sometimiento de la mujer; al
final es una cuestión de poder.
Debo reconocer que me asombró
positivamente descubrir que en la convocatoria del Consorcio Europeo de Centros
Bautistas de Teología (CEBTS, por sus siglas en inglés), celebrada en 2010 en
el Northern Baptist College de Manchester (ahora Northern Baptist Learning
Community), nos reunimos en el ‘Aula Vasti’. Un reconocimiento merecido. Una
memoria importante de tomar como ejemplo.
[1] Catedrático de Historia
Contemporánea en la Universidad de Toulouse (Francia).
[2]
Distinción otorgada por la Yad Vashem (institución israelí en memoria de las
víctimas del Holocausto nazi) a aquellos no judíos que, sin mediar compensación
económica, ayudaron desinteresada y arriesgadamente a ciudadanos judíos a
librar sus vidas del exterminio nazi.
Nunca me lo había puesto a pensar, pero es verdad, Vasti fue una mujer que supo guardar su lugar y su dignidad frente a la bajeza que el rey Asuero la quiso someter. Interesante artículo!!!!.
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